La pesadilla sobrevoló los tejados de la enorme ciudad vacía. El cielo seguía siendo azul y por fin se escuchaban voces no muy lejos de donde caminaba. Se sentía vacío, sí, pero a la vez renovado. Ligero de equipaje. El tiempo volvía a darle otra oportunidad. No puede desaprovecharla. La felicidad no existe, pero la alegría de contar con la vida como aliada en este difícil juego de no poder tener futuro hoy le hace sentirse bien. Pleno. Como un niño recién nacido.
Atrás quedan las tormentas oscuras de aquel prematuro invierno. Ha aprendido a mirar, a pararse, a contemplar tranquilo el rotar de las nubes. Aunque sabe que siempre estarán ahí lejos, inalcanzables...