Fin de semana matemático para un hombre tan de letras como yo. Todo comienza girando en torno a los números y a las personas con inteligencia emocional, sobadas y lloronas; a la conversación (entre cañas y pinchos) se une Woody Allen defendiendo que el sexo para ser bueno tiene que ser guarro. ¿Por qué empeñarnos en ir contra nuestros instintos? ¿La infidelidad es signo inequívoco de desarraigo, de traición? Hay que tener muy claro siempre que para llegar a ser Diva se debe pasar primero por perra callejera, gremlin o un simple piojo; muy importante: comprar sábanas nuevas justo antes de la siete de la tarde (nunca un sábado y menos en el Eroski) y guardar siempre un litro de leche en la nevera para las visitas. ¿Será cierto que una lata con tres sardinas se valora mucho más a los pies de la parisina Torre Eiffel?
Mientras la luna se eclipsa, nosotros nos vamos desfragmentando de puerta en puerta; por fin croquetas caseras y vino para compartir. No cabemos en el Corral pero sí en un museo nocturno, con músicos de fondo que hacen lo que pueden, rodeados de sietes y de anónimas clavadas frente a nosotros. Si es que no se puede ser más entrañable que un mimo... y eso que las apariencias engañan; aunque lleven mallas y la cara de blanco, el animal irracional se baja la cremallera y aparece con forma de flor.
La noche no ha logrado confundirnos y entre las risas y las necesidades submarinas logramos saltar la barrera de la amistad para permanecer un poco más allá, en los terrenos de los afectos. Habrá que repetir. Pronto. Me acuesto y me levanto con la misma reflexión: se puede ser un 2, un 4, disfrazarnos de 5, ser incluso un 7, pero jamás un 88; lo que nunca hay que permitir (por Dios) es permanecer más de tres horas en estado de Friki Colillero.
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[P.D.: Para poder descodificar ciertas imágenes aquí contenidas, póngase en contacto con la Fundación "Para llegar a la igualdad hay que partir de la convicción de que somos diferentes"].