Este largo fin de semana, que para mí empezó el jueves y termina hoy lunes, me ha hecho recorrer no sé cuántos cientos de kilómetros: Madrid, Soria, Pamplona, Ibarra, Tolosa, Martutene y San Sebastián. Y después de vuelta, claro.
Me han impresionado los paisajes abiertos, verdes, naturalísimos de este País Vasco que no conocía. Me enamoró Donostia de noche. El ruido del mar nos envolvía y las fotos no podían capturar toda la belleza. Moneo con sus cubos, las playas de la Zurriola, la Concha y Ondarreta, Chillida con sus peines y al fondo el monte Igueldo alumbrándonos sobrecogidos. De día las cosas cambian, pero la Catedral despuntaba y las calles comerciales repletas de personas hablando en euskera se traducían a la hora de tomar cañas y bravas.
Gente maravillosa escondida bajo los nombres de Juanjo, Leire, Sara y Juancar nos han acogido tan en familia que amenazamos con volver pronto. Hermoso país y desconocido, parajes únicos e inconfundibles enturbiados únicamente por aquellos que no son. Como dice Saramago, no hay peor enemigo para el hombre que el hombre mismo...