martes, 23 de octubre de 2007

Redescubriendo a Rafael Cadenas

El primer fin de semana de octubre lo pasamos Emma y yo en Madrid con la intención (entre otras muchas) de acercarnos a la Casa de América y encontrarnos con autores que me atraparon hace ya algún tiempo. Y de ello dieron cumplida cuenta nuestras charlas con Álvaro Mutis, Luis Sepúlveda, Rafael Cadenas y Tomás Segovia, entre otros. Al venezolano Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930) no le había visto nunca, ni tampoco le había puesto timbre a su tono de voz. Ambas cosas descubrí que van indisolublemente asociadas con su palabra poética. Es la obra de Cadenas (al menos la que conozco) capaz de hablar de cualquier cosa, un poder extraordinario para decir y hacer decir. En la Antología que lentamente me dedicó, casi como escondido, Ana Nuño dice en su prólogo que "La ignorancia española de una de las voces poéticas más interesantes, coherentes y sólidas de Hispanoamérica no es un hecho, empero, sorprendente. Puede aún afirmarse que ese desconocimiento de una parte substancial -a veces simplemente la mejor- de la creación literaria en su propia lengua es ya una tradición de rancio cultivo entre los españoles."... Y no le falta razón. Hago un repaso por el conocimiento lector que tengo de la poesía hispanoamericana del último siglo y siempre me salen los mismos nombres. Poetas estudiados y conocidos. Otros ni siquiera editados en España. Ya decía lacónicamente Machado que se desprecia lo que se ignora (¿Cuántos poetas de Venezuela he leído?).
Rafael Cadenas tiene una voz fuera de lo común. Pasea a tu lado, poniendo palabras a una conversación muda, a una reflexión compartida. Un verso rupturista y desafiante, siempre al lado de la marginalidad. Una palabra apoyada en el radicalismo pero que bebe de la memoria y no de caducos espíritus transgresores. Me recuerda mucho a Whitman, a ese viejo con mariposas en las barbas que tan bien dibujó Lorca en su Nueva York; a su autenticidad, a la correspondencia entre la palabra y la ética, a la búsqueda siempre de la integridad:
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Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
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Alejado de exageraciones verbales, Cadenas se desnuda en lo justo no en lo sencillo. En el silencio, en lo visible, en la desconfianza que encierra el propio ser humano en sí mismo. Una experiencia con la realidad más desencantada. Un diálogo consigo mismo como única solución para la comunicación con el otro. La voz de un yo múltiple rodeado de serpientes, de calles, de amor, de viajes largos y terrenos desconocidos, que "cultiva el arte de la escucha y que no se oye así mismo hablar".
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Palabras muy solas
de quien las pone
frente a la nada
que las pesa
y se las deshace
y se las arroja al rostro
para que las rehaga, firmes,
las reviva en su arder,
las llene.
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Están probadas
con la terrible piedra.
Han de sostenerse
como si esperaran.
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Ahora que se acerca el Premio Cervantes y que toca autor hispanoamericano, sería una buena oportunidad rescatar de nuestra ignorancia a una de las voces más auténtica de la otra orilla: Rafael Cadenas, venezolano. Es justa y necesaria su restitución a este país nuestro que sólo sabe mirarse el ombligo.
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Vives piel adentro.
Ignoras
que ser
significa: alcanzable.
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