Qué bueno regresar a casa después de andar dando vueltas como una peonza. Exámenes a mis alumnos, exámenes de recuperación dos días después, evaluaciones finales, notas, reclamaciones, entrega de notas definitivas, claustro y despedida de curso. Corre a Badajoz, a la prueba presencial como diciendo "Sí, aquí estoy; corroboro que soy opositor y que sigo queriendo hacer mi ejercicio". Vete a tu casa paterno-materna en el pueblo, donde se está más relajado. Madruga días después camino de Badajoz y examínate tú ahora...
Regresar a casa y abrir tus cosas, escuchar a la señorita electrónica del contestador del teléfono fijo ("Tiene siete mensajes nuevos; mensaje número uno, recibido el día..."), leer tus cartas (qué suerte! todavía recibo alguna) y tus e-mails. Siempre hay algo que te sorprende. Me gusta mucho Saramago, aunque tengo que leer sus cosas con distancia de meses porque si no uno cae en esas cosas raras que llaman depresión; cuánta tristeza, cuántos lamentos, cuánta razón. Y aunque comparto sus sentencias no estoy de acuerdo con él en eso que dice que nunca el ser humano derramará una sola lágrima leyendo un correo electrónico. O es que yo soy muy llorón o es que mis amigos son unos cabrones y me provocan.
Leo mensajes de hace algunos días. Unos referentes a unos poemas míos que compartiré con tres amigos más en una especie de parque, con columpios y toboganes; qué bien se siente uno cuando le llaman Ringo y le hacen realidad aquel sueño compartido. Otros me escriben dándome ánimos con el blog, que sea para bien, que les gusta, que es muy fresco... Hay amigos que me piden alguna colaboración literaria desinteresada, y otros que me comentan las típicas tontadas de turno o que me mandan esas cosas que a uno todavía le hacen tanto reír (como el video de doña Leticia con sus principescas bragas al aire... Si Marilyn levantara la cabeza!).
Como en casa, sí. Aquí en este enramado de reflexiones, lecturas y guiños en el que se están convirtiendo estos blogs nuestros. Memoria recobrada, como decía mi querido Alberti, entre las ramas de la arboleda perdida de mi sangre.
Qué suerte estar aquí con vosotros, en mi casa.