Mis alumnos y alumnas de 2º de bachillerato en Valencia de Alcántara están disfrutando con la lectura de los poemas de Bécquer; sí, disfrutando de este jovencísimo (aún hoy) autor desdichado que cantaba a la poesía, al amor y al desamor, a la soledad y a la desesperación (siempre en este orden).
Y esta tarde a mí se me antoja ver en este romántico trasnochado a un adolescente que asciende ilusionado por las escaleras de un luminoso tobogán, que enamorado de la poesía sube con su alma en la boca a lo alto para respirar hondo y disfrutar del amor y del paisaje. Luego, algo decepcionado, sucumbe a la dureza de la vida y termina sentándose; parece que llega la hora de contemplar el mundo tranquilo, sosegado. El amor pleno ya no estará a nuestro lado y algo acabado, triste, incompleto, se deja resbalar con un leve impulso y pone definitivamente mortal sus pies cansados en una tierra seca y poco fértil.
Qué pena que el jolgorio adolescente, la alegría inusitada y la celebración poética acaben siempre en la más absoluta soledad... En una soledad hoy felizmente multiplicada por cuatro.