sábado, 11 de abril de 2009

La antisaeta de Machado

Estos días en Soria don Antonio Machado ha estado más presente de lo que yo pensaba. Primero en la exposición que ya me había contado Emma que sobre Hora de España (una de las revistas culturales españolas más importantes del siglo XX) se ha montado en la ciudad, como último coletazo del celebrado centenario de la llegada del poeta a estas tierras; exposición algo pobre, sólo basada en textos y con poco que llevarte a casa (ni siquiera un díptico informativo). El segundo recuerdo machadiano lo he encontrado en las procesiones cuando, al entonar emotivamente la famosa "Saeta" machadiana al ritmo del maestro Serrat, la gente se emocionaba...
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¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
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Me llama mucho la atención la ignorancia con la que todavía muchos se acercan a este poema. Remito a un artículo del profesor Guillermo Sánchez Vicente titulado "La antisaeta de Machado" (2004) donde se recogen varias interpretaciones antológicas de Sánchez Barbudo o Laín Entralgo para llegar a una iluminada conclusión personal:
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En "La saeta" Machado afirma claramente que la religiosidad popular no es su cantar. La Semana Santa andaluza adora a un Cristo eternamente crucificado que el poeta rechaza. [...] Machado detesta esa religiosidad, pero no lo hace partiendo de una actitud irreligiosa, sino desde otra actitud religiosa, mirando hacia "otro Jesús". El poeta se distancia nítidamente de la idolatría folklórica y del culto a la muerte, para afirmar su particular fe en la vida; esta posición entronca tanto con su humanismo vital como con su fideísmo evangélico (los dos polos entre los que bascula su espiritualidad). [...] Cristo vence a la muerte, simbolizada por el mar, y el poeta pide con brutal sinceridad la presencia del Cristo mayestático que triunfa sobre el mar; o, con otras palabras, el milagro. Lo entiende como afirmación de fe: andar en el mar significaría moverse en el misterio del más allá, en el que se cree a pies juntillas.
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