Según los periódicos, instituciones de Castilla y León respaldan e impulsan la
candidatura de Antonio Colinas, «considerado como una de las figuras más
sobresalientes de la literatura española de las últimas décadas», para que se le otorgue el XXIII Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana. Este premio, que reconoce cada año al conjunto de la obra poética de
un autor considerada de especial relevancia para la cultura, bien merecería tener entre sus premiados a Colinas, una de las voces
más importantes de la poesía española de los últimos cuarenta años que ha recibido numerosos reconocimientos: entre ellos, el Premio Nacional de la Crítica (1975), el Premio
Nacional de Literatura (1982), el Premio de las Letras de Castilla y
León (1998) o, en Italia, el Premio Internacional Carlo Betocchi (1999),
concedido a su labor como y estudioso de la cultura italiana; también en 2005
recibió el Premio Nacional de Traducción, concedido por el Ministerio de
Asuntos Exteriores de Italia por su traducción de la Poesía Completa
del Premio Nobel Salvatore Quasimodo.
Está claro que Antonio
Colinas es uno de los más destacados poetas en lengua española, además de narrador, ensayista, traductor y crítico literario.
Su obra ha estado siempre abierta a otras culturas, con un sentido
profundo de universalidad y fiel a ese concepto que siempre ha defendido
de la fusión entre la experiencia de vivir y la experiencia de
escribir, entre poesía y vida. Su obra literaria no se puede entender
sin su experiencia vital, que le ha llevado a rincones como Córdoba, Madrid, Milán, Bérgamo, China, Ibiza o Salamanca.
Mi deseo se une a los castellano-leoneses para que a mi querido Colinas se le otorgue este año el Premio Reina Sofía. Por méritos y por débito. La poesía y sus lectores lo tenemos bien merecido.