viernes, 18 de junio de 2010

Saramago eternamente

El escritor José Saramago ha muerto hoy, al mediodía. La noticia me llega lejos de casa y no puedo coger de mi biblioteca tres libros del portugués muy especiales para mí: una primera edición de Ensayo sobre la ceguera (el mejor para mí de los suyos), Todos los nombres y La caverna (la primera novela que me dedicó y la última).
Algunas fotos (pocas) tengo repartidas entre las estanterías y los libros; en una muy especial aparezco con Saramago y Julio Anguita cuando en febrero de 1999 visitaron Cáceres para un homenaje de Izquierda Unida al reciente Premio Nobel. Ya lo he contado en alguna ocasión, pero aquella noche fue muy especial porque gracias a Pilar del Río (que me cogió decidida y cariñosa del brazo) nos encerramos los dos con Saramago y Anguita en uno de los camerinos del Auditorio cacereño más de media hora. Charlamos pobremente de literatura y mucho sobre Montánchez, de sus costumbres y gastronomía, y abrieron regalos varios del partido comunista extremeño (recuerdo unos pendientes preciosos y una fina pluma de plata que el escritor inauguró firmándome su última novela entonces, Todos los nombres). Salí por una puerta trasera, con los ojos y el corazón asombrados, buscando ya fuera entre el gentío a mi preocupada madre.
Me encantaría tener ahora delante esta foto que tanta alegría me aportó en ese tiempo y que me descubrió a una persona y a un escritor que desde entonces seguí fielmente. Admiré su entrega, su sinceridad y su compromiso. Un hombre con una entereza y una fuerza sobrenatural. Siempre he necesitado un tiempo largo entre lectura y lectura de sus libros porque su tristeza y su pesimismo hacia el hombre se me contagiaban hondamente... Hoy se ha cansado ante la muerte y quiere repartir sus cenizas entre su tierra natal portuguesa (que nunca le entendió) y junto a un olivo en su casa canaria de Lanzarote, donde ha sido tan feliz con su mujer Pilar del Río (a la tercera le llegó el amor verdadero).
El hombre eternamente insatisfecho se ha ido; el escritor crítico y denunciador queda entre nosotros, con su luz limpia frente a negras sombras; qué gran vacío... y aquí sus versos:
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Pues el tiempo no para, nada importa
que los días vividos aproximen
el vaso de agua amarga colocado
donde la sed de vida se exaspera.
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No contemos los días que pasaron:
fue hoy cuando nacimos. Sólo ahora
la vida comenzó, y, lejos aún,
la muerte ha de cansarse en nuestra espera.
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