martes, 12 de enero de 2010

Alberti acabó creyéndose sus propias memorias

Éste es el titular con el que el fin de semana pasado aparecía la entrevista que me realizó la Agencia EFE, haciéndose eco de la publicación de mi último libro Alberti y García Lorca, la difícil compañía (Renacimiento). Más o menos, en unos cuarenta medios, la noticia ha aparecido con estas palabras:
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El profesor de Literatura Hilario Jiménez Gómez, que ha biografiado las relaciones personales y literarias de Lorca y Alberti en 'La difícil compañía' (Renacimiento), asegura que cuando se entrevistó con Alberti para este trabajo comprobó que «acabó creyéndose sus propias memorias». «Alberti mentía mucho, pero inconscientemente» y sus memorias, agrupadas bajo el título de 'La arboleda perdida', «las escribió cincuenta años después de los hechos, un escritor de una gran imaginación como fue él», señala Jiménez Gómez, quien pone entre otros como ejemplo de inexactitud cómo Alberti contaba que conoció a Lorca.
Según los relatos memorialísticos del gaditano, Lorca le fue presentado por Gregorio Prieto, pero esto no es posible, según el biógrafo, porque se conserva una carta del propio Alberti a Prieto dándole cuenta de que acaba de ver a Lorca.
«Alberti confundía todo, nombres, fechas y lugares», asegura Jiménez Gómez, quien, tras haber dedicado una tesis doctoral y varios años a investigar las relaciones y el epistolario de ambos poetas, asegura que las cartas que se cruzan Lorca y Alberti son «cartas paladinas, como las que se le escriben a un vecino, vacías».
«Lorca marcó siempre mucha distancia con Alberti, no le gustó nunca; y Alberti hablaba mal de Lorca a sus amigos, como hace por carta a José María de Cossio o a José María Chacón, cuando le llama 'Federica' y le trata con tremenda fobia, o cuando dice del granadino que es 'una niña que coge aceitunas' y que le ha enseñado mucho de botánica».
'Alberti y García Lorca. La difícil compañía' es un libro que aborda los doce años en que ambos poetas se conocieron, desde 1924 a 1936, si bien sólo tuvieron posibilidad de coincidir seis años -cuando Lorca no estaba en América, Alberti se encontraba en Europa- y constata que cuando el granadino fue asesinado «llevaban varios meses sin hablarse».
El desencadenante de este alejamiento final fue que Alberti y su esposa, María Teresa León, trataron de forzar a Lorca para que firmara manifiestos comunistas e ingresara en el PCE, a lo que el granadino se negó con rotundidad, lo que originó una agria discusión entre ambos poetas de la que fue testigo Dámaso Alonso, en Madrid. Jiménez Gómez también habló con Pepín Bello, quien le constató que Alberti y Lorca nunca fueron amigos, y le aseguró que muchos se apartaban de Lorca por su extremo amaneramiento, una circunstancia que no hacía precisamente feliz al granadino.
El biógrafo de esta 'difícil compañía' asegura que sus charlas con Alberti en sus últimos años de vida fueron «una experiencia bonita», pero que le reportaron pocos datos «porque se emocionaba; al hablar de Lorca decía 'lo estoy viendo ahora mismo' o aquello de 'tenían que haberme matado a mí en vez de a él'».
«Lo de la Generación del 27 como la 'Generación de la amistad' fue algo que alentaron todos ellos, pero nunca hubo amistad verdadera entre ninguno del grupo», asegura el biógrafo.
Antes al contrario, a Lorca y Alberti los azuzaban sus propios compañeros, desde Pedro Salinas y Jorge Guillén, que se referían a ellos como «gallitos»; José Bergamín, que cargaba contra Lorca en cuanto podía, o el padre de todos ellos, Juan Ramón Jiménez, prefiriendo al gaditano.

El poeta granadino Luis García Montero, en el prólogo de esta 'difícil compañía', da otra vuelta de tuerca al afirmar: «Federico García Lorca y Rafael Alberti no fueron enemigos. Nada más y nada menos». Y añade: «Los motivos de su celebrada cercanía se deben a tópicos de la crítica literaria y a la nostálgica elaboración de una mitología muy propia de la generación del 27».
«La rivalidad a la que se vieron sometidos desde el principio pudo haber tenido, y hubiese sido lógico según otros ejemplos, peores consecuencias», añade García Montero, para acabar su prólogo matizando: «Nunca hubo una amistad estrecha entre García Lorca y Alberti, pero sí respeto mutuo y conciencia de intereses estéticos y humanos compartidos».
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Nada que objetar; sí me gustaría, sin embargo, perfilar alguna cosa. Alberti redactó unas deliciosas memorias tituladas La arboleda perdida divididas en cinco libros, una labor que hay que agradecer al gran poeta gaditano; pero están plagadas de inexactitudes y confusiones, intencionadas o no. Esto no es un reproche; lógicamente recordar ciertos sucesos de la vida de uno treinta años después de que ocurriesen y en la terrible situación vital en la que se encontraba Rafael es francamente difícil. Ojalá muchos otros autores de su generación nos hubiesen dejado por escrito sus recuerdos...
En lo referente a Federico García Lorca todo queda reflejado en estas memorias con un halo de melancolía que poco tiene que ver con la realidad que vivieron. Con respecto a que llevaban meses sin hablarse antes de que asesinaran a Lorca, no es cierto. En febrero de 1936 Federico y muchos otros amigos realizaron un homenaje a Rafael y a María Teresa León cuando regresaron a España de su largo periplo americano; además se unieron en muchos manifiestos y reivindicaciones sociales en estos meses convulsos. Lo del enfado final tristemente sucedió así.
Queda claro y patente (he recogido muchos datos en el libro) que nunca fueron amigos, pero tampoco les importó. Las envidias y los celos entre ambos son evidentes. Hay que poner las cosas en su sitio; La arboleda perdida de Alberti es literatura no historia. Que ustedes lo lean bien.