Salió de madrugada, como siempre, y escuchó a lo lejos cómo alguien recitaba ese verso suyo que tanto le emociona. Andaba cabizbajo y adivinó la lectura de su poema en un cuaderno ajeno, un folio apagado, una hoja informática que le decía tantas cosas.
En ese momento se sintió compartido por solitarios en busca de abrigo, por niños que abrían asombrados los ojos ante la potente luz de la luna, por enamorados y desenamorados, por una madre que dormía junto a su hijo cobijándole del frío y la lluvia, por alumnos emocionados con Bécquer y Neruda, por una pantalla de cine que hablaba de que nada es lo que parece...
Y de pronto apareció el sol y los periódicos del día se anunciaban con fotografías de colores y aquella chica que nunca le miraba a los ojos le habló muy de cerca para preguntarle que hacia donde caminaba; y sin más le agarró fuertemente la mano y se perdieron en la inmensidad de la calle, con un hermoso parque al fondo.