miércoles, 29 de noviembre de 2006

Gamoneda en el jardín invisible

Me recuerda Álvaro Valverde en su blog que mañana se falla el Premio Cervantes. Yo también me aventuro y pronostico que se lo darán este año a uno de los mejores poetas españoles vivos y en los últimos tiempos (oh, sorpresa) reconocido y premiado: el asturiano Antonio Gamoneda.
Aunque nació en Oviedo en 1931, lleva residiendo en León desde muy niño. Su vida estará poblada de una miseria extrema, terror y represión durante toda la posguerra española, muerte palpable en cada persona, en cada objeto que le rodea... Así es su poesía; biográfica, dolorosa, ausente. Siempre me gusta perderme por sus páginas, reunidas todas en Esta luz (1947-2004) poesía completa publicada recientemente por Círculo de Lectores. Me quedo con tres de sus mejores libros: Descripción de la mentira, Libro del frío y Arden las pérdidas. Del segundo extraigo este poema en varios cuadros que me acompaña desde que lo leí por primera vez. Enhorabuena y gracias, maestro.
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Aún
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Recuerdo el frío del amanecer, los círculos de los insectos sobre las tazas inmóviles, la posibilidad de un abismo lleno de luz bajo las ventanas abiertas para la ventilación de la enfermedad, el olor triste de la sosa cáustica.
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Pájaros. Atraviesan lluvias y países en el error de los imanes y los vientos, pájaros que volaban entre la ira y la luz.
Vuelven incomprensibles bajo leyes de vértigo y olvido.
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No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo dolor no me concierne.
Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.
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Eres sabio y cobarde, estás herido en las mujeres húmedas, tu pensamiento es sólo recuerdo de la ira.
Ves la rosas temibles.
Ah caminante, ah confusión de párpados.
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Hay una hierba cuyo nombre no se sabe; así ha sido mi vida.
Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ropas húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad.
Ah la pureza de los cuchillos abandonados.
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Amé todas las pérdidas.
Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.
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