lunes, 13 de noviembre de 2006

Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi

Me llegó hace algunos días el envío cariñoso de las Poesías completas de Luis García Montero, que reúne veinticinco años de versos cargados de experiencias (1980-2005). Qué satisfacción más plena sostener en una sola mano tantas lecturas ahora abrazadas...
Y digo yo: ¿Por qué siguen los ataques? ¿Por qué no se han superado aún las mierdas guerrilleras? ¿Por qué la pobreza poética de los ochenta todavía insiste en denostar las lavadoras, los bares y los coches? Años después (el tiempo pone a cada uno en su sitio) comienzan ahora a bombardear las columnas periodísticas, la libertad de expresión, las verdades como puños... ¡Ay! si la envidia fuera tiña. Siempre vivió la mediocridad.
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Recuerda que tú existes tan sólo en este libro,
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agradece tu vida a mis fantasmas,
a la pasión que pongo en cada verso
por recordar el aire que respiras,
la ropa que te pones y me quitas,
los taxis en que viajas cada noche,
sirena y corazón de los taxistas,
las copas que compartes por los bares
con las gentes que viven en sus barras.
Recuerda que yo espero al otro lado
de los tranvías cuando llegas tarde,
que, centinela incómodo, el teléfono
se convierte en un huésped sin noticias,
que hay un rumor vacío de ascensores
querellándose solos, convocando
mientras suben o bajan tu nostalgia.
Recuerda que mi reino son las dudas
de esta ciudad con prisa solamente,
y que la libertad, cisne terrible,
no es el ave nocturna de los sueños,
sí la complicidad, su mantenerse
herida por el sable que nos hace
sabernos personajes literarios,
mentiras de verdad, verdades de mentira.
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Recuerda que yo existo porque existe este libro,
que puedo suicidarnos con romper una página.
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Gracias, poeta y amigo. Maestro de diarios, de flores y serpientes. De intimidades, jardines y días de la semana totalmente abiertos. Te espero siempre, ya sabes, en aquella habitación junto a la cocina, entre cajas y juegos de baile, bajo tu irrepetible luna del sur.