Qué joven me siento en muchas de las celebraciones diarias de mi vida; y sin embargo, en otras, qué viejo...
Mientras releo la poesía de Neruda con la tímida luz natural que me regalaban las nubes esta mañana, observo melancólico cómo a mi lado una pequeña mariposa revolotea alrededor de los cristales. Y me da por envidiar los colores amarillos, verdes y pistachos de sus alas, su frescura de movimiento, su ligereza, su aislamiento de lo cruel.
Y allí unas manos frías, una sonrisa amplia, sonora, una compañía ya casi necesaria, una conversación, han logrado por un momento abrir esta ventana y dejarme volar, feliz, sin rumbo ni hora, hasta hacerse de noche.