La noche del 10 de mayo de 1933, hace hoy 75 años, en Berlín los nazis quemaron en la Bebelplatz unos 30.000 libros de filósofos, científicos, poetas y narradores. En toda Alemania decenas de miles de personas aplaudían cuando los estudiantes lanzaban al fuego obras de Erich Kästner, Sigmund Freud, Carlos Marx, Kurt Tucholsky, Heinrich Heine, Bertolt Brecht, Franz Kafka, Heinrich Mann, Alfred Döblin o Carl von Ossietzky, entre otros muchos. Esta vergonzosa quema de libros fue un escalón previo al Holocausto y los nombres de estos escritores pasaron a integrar las "listas negras" siendo muchos de ellos asesinados, arrestados o enviados al exilio.
Qué tristeza tan honda es ver arder un libro... Recuerdo leer con verdadero desasosiego ciertos capítulos de Los libros arden mal de mi admirado Manuel Rivas el verano pasado. El libro como objeto de libertad, de la libertad de decir, de pensar o actuar, de hablar con los demás, de reflexionar en voz alta. De quemar libros se pasó a quemar a personas, un salto nada extraño en las mentes sucias de aquellos asesinos. Hoy se siguen quemando libros, quizá no con fuego pero sí con palabras desafortunadas; quemamos al libro y quemamos al autor. Que la memoria siga dándonos lecciones y no olvidemos quiénes somos y hacia dónde vamos. De dónde venimos lamentablemente es todavía motivo de resignación para muchos.