Querido Ángel: hoy hace ya diez días que nos dejaste casi completamente. Me prometiste aquel poema tuyo copiado a limpio, en un papel apergaminado, y te has ido sin podérmelo acercar. Esta antología preciosa que nuestro querido Luis García Montero hizo contigo en Visor me acompaña muy cerca en esta última semana, leyendo tus versos, tus vacíos, tus silencios...
Cómo recuerdo aquella fría semana de diciembre de 2002 en Granada. Nos habíamos reunido todos allí, bajo la supervisión de Luis, para celebrar el primer centenario de Rafael Alberti. Su hija Aitana y varios profesores y poetas completábamos un curso para los universitarios granadinos en torno al gaditano universal. Por las noches, sin embargo, disfrutábamos nosotros más intensamente. Una de las primeras, Luis, tú y yo nos quedamos los últimos y cerramos los bares. Recuerdo claramente varias conversaciones que hoy voy comprendiendo mejor. Me gustaba mirar el ritual que hacías con los hielos, tus ojos fijos, tu acento sobado por los aires de países lejanos. Otra de las noches nos reímos mucho cerca del Albaicín con Enrique Morente y toda su familia en una mesa de altos comensales: Pepe Caballero Bonald, Almudena Grandes, Luisito Muñoz, Benjamín Prado, Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Ángel González,...
Dentro de esta antología que me dedicaste con un poema volandero, en el que juegas con las iniciales de mi nombre y enlazas uno a uno los versos, he encontrado esta foto que nos hicimos esa misma mañana en el Carmen de la Victoria; al fondo, la Alhambra. La foto nos la hizo la guapa Jimena, la chica de Joaquín Sabina, que nos miraba casi recién levantado desde un butacón de mimbre. Esa tarde recital entre Enrique y Joaquín con versos de Alberti y lectura pública y muy emotiva en la famosa Tertulia de Granada.
Cuántas cosas vividas intensamente en esa semana. Cuántos versos pendientes se te han quedado entre las alas. Cuántas conversaciones sin empezar siquiera me hubiera gustado seguir manteniendo contigo. Sé sin embargo que la respuesta a esta carta que hoy te envío la recibiré en pocos días en forma de poema, uno de tantos que olvidaste publicado, uno de tantos que me quedan por descubrir, uno de tantos donde te dejaste completamente la vida. Porque como tú me decías, al fin y al cabo el hombre sólo habla de sí mismo cuando habla de los demás; y al contrario.
-
No ignoraba al mar ácido, tan próximo
que ya en el viento su rumor se oía.
Sin embargo,
continuaba avanzando de espaldas aquel río,
y se ensanchaba
para tocar las cosas que veía:
los juncos últimos,
la sed de los rebaños,
las blancas piedras por su afán pulidas.
Si no podía alcanzarlo,
lo acariciaba todo con sus ojos de agua.
que ya en el viento su rumor se oía.
Sin embargo,
continuaba avanzando de espaldas aquel río,
y se ensanchaba
para tocar las cosas que veía:
los juncos últimos,
la sed de los rebaños,
las blancas piedras por su afán pulidas.
Si no podía alcanzarlo,
lo acariciaba todo con sus ojos de agua.
¡Y con qué amor lo hacía!
-
Gracias maestro, amigo, por esta declaración de amor, de intimidad universal, de testamento poético. Un abrazo grande.