domingo, 6 de enero de 2008

Un regalo para Miguel Hernández

LAS DESIERTAS ABARCAS
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Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
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Y encontraban los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
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Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
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Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
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Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
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Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
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Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
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Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rio con encono
de mis abarcas rotas.
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Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
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Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
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Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
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Miguel Hernández