Una semana en Valencia me han alejado estos días de la rutina diaria, que siempre amenaza peligro. Un viaje realmente precioso con tres compañeros del instituto (Antonio, Emilia y Manuel) y casi noventa alumnos, con los que he compartido experiencias de esas que se quedarán muchos años.
No sé quién decía que el hombre sólo se alimenta de recuerdos... pues eso. Ser profesor tiene premios pero también sinsabores; cosas como éstas y personas grandes como las que he conocido estos días hacen que uno se sienta felizmente satisfecho con su profesión. La cara de felicidad de los alumnos, su cansancio acumulado pero su tesón para no perderse detalle, las continuas muestras de afecto y las complicidades y confidencias entre el numeroso grupo que hemos formado confirman (como canta Eros Ramazzotti) que son las ganas de cambiar la realidad las que hacen que me sienta vivo, que aunque hay distancias ya no estamos solos. Gracias a cada uno y un abrazo de los grandes; formamos ya parte de los otros.