Ayer fue uno de esos días especiales en los que me sentí verdaderamente feliz, feliz y satisfecho con la vida y con los amigos que ésta va poniendo en mi camino. Una sorpresa íbamos a dar al gran Santiago Castelo presentando su intervención en el Aula literaria "Delgado Valhondo" de Mérida, mezcla de gratitud y admiración que queríamos devolverle por aquel mágico recibimiento que nos hizo en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, hace casi dos años.
Encuentro cariñoso y emotivo en el Parador de Turismo con Daniel Casado y Antonio Reseco, con mis dolores musculares y un olor a réflex que espantaba; entrada triunfante, llena de elegancia y rotundidad como las que siempre hace Castelo y confidencias y abrazos largos e intensos. Lectura emotiva en una mesa redonda, inmensa como el corazón de este hombre que tanto ha hecho y escrito por Extremadura. Qué emoción escucharle recitar sus confesiones poéticas y sus recuerdos hacia mi querido Fernando Pérez... Golpes de voz y puñetazos airados en la mesa, palabras preciosas llenas de extremeñismos olvidados y una mirada melancólica aún de su Granja de Torrehermosa.
Agarrado a su columna de inteligencia y amistad, paseamos largo por una noche emeritense preciosa, delante del Templo de Diana, llegando a cenar al lugar idóneo elegido por Paco y Pilar. Rápidamente nos dieron las doce y la una y las dos... y la noche se llevaba el cansancio y la adicción compartida a los medicamentos y traía conversiones cada vez mejores. Despedida, cojera y emociones contenidas. Promesas de visitas y reencuentros. Y viaje de ida con Daniel contándome y recitándome. Acabo de colgar el teléfono hoy por segunda vez a Castelo y ya le echo de menos. Qué gran hombre... soy un afortunado por dejar que me cobije bajo su sombra.