Acabo de llegar a casa. Desde las 8 de la tarde llevo en el cacereño Complejo Cultural "San Francisco" acompañando a Juan Carlos Rodríguez Ibarra en la presentación de su libro Rompiendo cristales. Treinta años de vida política (Editorial Planeta, 2008). He conversado con varios amigos en un auditorio abarrotado de gente nueva, joven, entusiasmados, y de muchos políticos jubilados y en activo.
El maestro de ceremonias ha sido Alfonso Guerra, presentador de lujo que como siempre ha descansado su discurso en la ironía, el humor y en la crítica finísima y llena de chispa; fantástico ciertamente. Las palabras de Rodríguez Ibarra emocionadas y valientes; le he escuchado en muchas ocasiones, pero esta tarde me he reencontrado con la persona, con el mismo hombre lleno de luces y preocupaciones que se ha desnudado en estas "seudomemorias" más que interesantes, necesarias.
Con la paciencia del santo Job ha dedicado más de dos centenas de ejemplares. Páginas en las que pasea por su infancia, sus estudios universitarios, sus primeros coqueteos políticos, sus años en el Congreso de los Diputados y su implicación definitiva con los extremeños; su encuentro con distintas personalidades de aquí y de allí, su familia, sus amigos,... y aquel terrible susto cuando en Madrid se le paró el corazón. Me quedo con dos cosas de nuestra pequeña charla de hace un rato: su sonrisa burlona pero amigable cuando me ha dicho que me vio el otro día en el periódico y su afectuosa dedicatoria en la que me agradece (¡qué cosas!) mi entendimiento y mi ayuda. Obviamente mi deuda y mi agradecimiento son para su ilusión y su trabajo, para ese sueño compartido que se llama Extremadura y donde lo importante no era llegar rápido sino llegar al fin y al cabo; con aciertos y tropiezos, rompiendo cristales, haciendo ruido. Qué gran hombre y qué buen político. Afortunadamente nos queda Ibarra para rato. Felicidades y gracias, Presidente. ¡Tantas cosas...!