Hemos llegado hace poco rato del Museo Vostell de Malpartida, una tarde muy primaveral en los Barruecos llena de flores luminosas y cigüeñas que volaban siempre de dos en dos, como nosotros. Muchas fotos y secretos al oido que hicieron del atardecer el momento mágico del día.
Mi móvil está malito y lo quedé en casa descansando. Lo he encendido y saltan como locas llamadas y mensajes almacenados. Entre todos ellos una amiga que no sé porqué me dice que está enfadada, teléfenos que no conozco y no me dejan recado en el contestador y la voz siempre cariñosa de mi amigo Daniel Casado que me dice que me echa de menos. Remarco su número y hablamos un rato. Yo también añoro su compañía. Mucho. Le doy las gracias por hablar de mi amor en su blog; sé que se alegra de corazón. Él me pide algún número de teléfono que sigue sin tener (dos veces en pocos meses su móvil se ha suicidado ya) y me anuncia la llegada esta misma mañana de la hija de nuestro Chema. ¡Qué alegría tan feliz y esperada!
Llega la noche y con ella siempre noticias buenas y menos buenas. No se puede estar tranquilo. La vida sólo te sonríe a medias. Nadie dijo que vivir fuera fácil, pero se seguirá intentando. O al menos eso me digo a mí mismo mientras borro las llamadas perdidas y los mensajes desconocidos de mi teléfono...