Anoche, tras escuchar a Isaac Rosa hablar de ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (magnífica experimentación metaliteraria que recomiendo), Pilar Galán y yo viajamos rumbo al Casar para hacer acto de presencia en la gala literaria del XV Premio "Helénides de Salamina" del que nuevamente somos jurado con otros cinco compañeros más. Al llegar volvimos a encontrarnos con esa buena gente que repite cada año, en el mismo sitio y casi por las mismas fechas. Los políticos también abandonan sus trajes y con Silvia, Juan Andrés y Chema surgen las conversaciones amigas de siempre, con esa complicidad entrañable. Una buena cena servida y macerada dignamente entre risas y cotilleos, verdaderos motores de eventos como éste.
El premio ha llegado a las manos de un joven escritor de Navalmoral, Álvaro Nuevo, alumno de mi querida Dulce Chacón en aquellas presencias literarias que ella inició y actualmente participante también de un taller literario. Es un claro ejemplo de que estas iniciativas que tanto preocupan a la Junta funcionan, y funcionan bien; que parece que nos falla la memoria a la hora de reconocer las labores literarias tan fructíferas en nuestra región llevadas a cabo desde una política cultural estudiada y con mucha dedicación. El joven escritor galardonado, que se trabucaba entre las emociones y los nervios, acertó cuando afirmaba que se tenía que escribir desde las tripas, amén de premios y publicaciones.
Pilar Galán, magnífica narradora, hizo una hermosa aproximación al género del cuento defendiendo su actualidad y trayendo aquella definición de Cortázar que ella tan bien lleva a su literatura: "Un cuento es un relato en el que lo que interesa es una cierta tensión, una capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera casi fatal hacia una desembocadura, hacia un final". Habló desde el atril lentamente, con timidez, dejando calar cada palabra entre los que la escuchábamos. Es imposible no quererla...
Terminamos juntos otro año. De camino la guardia civil controló su alcoholemia; abrazos y tiritones, confidencias ante una triste cocacolazero, queso y vinos, bomboneras sicodélicas, despedidas demasiado cortas y otra interesante conversación-Barceló con Álvaro. De regreso a casa, el peso de las bolsas hizo que me parara de vez en cuando a mirar el cielo, liso, nocturno, con el silencio de una ciudad que dormía ajena a los pequeños placeres.