Mañana viajo camino de Soria. Allí estaré el resto de vacaciones que me quedan. Los sorianos reviven estos días el centenario de la llegada de Antonio Machado a su ciudad. Me dice Emma que por las calles hay fotografías enormes y poemas sueltos que recuerdan las nostalgias del pobre don Antonio. LLevo en mi bolsillo un pequeño ejemplar de Campos de Castilla, el primero que tuve; releeré los poemas junto al olmo seco, en las orillas de San Saturio, en el aula donde el viejo profesor enseñaba francés, en la tumba de Leonor en lo alto del Espino... Tengo la mejor guía para pasear por estos lugares.
Don Antonio se asfixiaba en esta pequeña ciudad cuando llegó en 1907 hasta que apareció la joven Leonor. Ella marca un antes y un después en la vida del poeta. La ciudad no vio con buenos ojos la diferencia de edad pero a ellos no les importó. La muerte se la arrebató rápidamente y don Antonio no pudo regresar nunca más a Soria, donde conoció todas las etapas del corazón.
Estoy deseando llegar mañana. Dormiremos poco y pasearemos mucho. Leeremos poemas en voz alta y el sol al día siguiente nos seguirá encontrando como siempre, enredados en las sábanas entre sueños cumplidos y promesas venideras.