Toda la tarde, esta vez sí, dedicada a la poesía. Con mi querido Antonio Reseco (más snob que nunca) y mi adorada Ada Salas (más desnuda que nunca). Escucharles, abrazarles, un placer como siempre. Qué bien se siente uno y qué maravilla esto de la voz propia en versos ajenos.
Para remate, ya de vuelta a casa, entro en Bujaco que cerraba y me llevo de las estanterías de Vicki tres libros de poesía recién salidos del horno: La tierra estéril de T. S. Eliot (Visor, en edición anotada de Jaime Tello), Ánima mía de Carlos Marzal (Tusquets) y Misteriosamente feliz de Joan Margarit (Visor, Palabra de Honor). Qué poco tiempo para leer tanto. Emocionado me pierdo por notas, dedicatorias e índices; siempre comienzo por el cotilleo. Estaba deseando, ya empiezo. Qué hambre, Dios mío.