miércoles, 14 de noviembre de 2007

García Lorca, la tumba removida

Hoy me sorprendía mucho esta noticia del periodista Fernando Guijarro Arcas: Federico García Lorca no está enterrado en el barranco granadino entre Víznar y Alfacar, donde se daba por supuesto que estaba; los familiares del poeta desenterraron el cadáver al poco tiempo de su fusilamiento y se lo llevaron a la Huerta de San Vicente, domicilio familiar a las afueras de la ciudad. Extraigo algunos párrafos de su artículo:
-
Para empezar, no sabemos nada cierto de quién componía el grupo que se desplazó a realizar la operación de desenterramiento, ni en qué vehículo lo hicieron [...]. Las tumbas que se cavaban entonces para enterrar a los fusilados eran bastante de fortuna, la gente de Víznar recuerda aún que con frecuencia solían quedar pronto fuera alguna mano o algún trozo de ropa, especialmente cuando tras las lluvias, por aquellas torrenteras bajaba agua abundante, que removía los restos. [...] Las personas enviadas por los García Lorca, tras abrir la tumba, recuperaron los cuerpos que estaban por encima del de Federico, sacaron el cadáver de éste y dejaron los demás en el lugar, marchándose según habían pactado con el Gobierno Militar. Otras personas acudieron más tarde, y trasladaron esos cuerpos a la fosa común, situada en lo que Penón llama “el anfiteatro”, [...] donde existen varias fosas, pero sobre todo una especialmente grande, donde los herederos de unos y otros de los allí fusilados depositan flores con frecuencia. Se cree, y el estudioso Gil Bracero lo ha señalado con precisión, que hay allí más de 1.400 cuerpos, más otros muchos en pequeñas fosas alrededor. En cualquier caso, en la tumba original donde se colocaron los seis cuerpos de los fusilados aquel amanecer, incluyendo a García Lorca, actualmente no hay nada. [...] Mientras tanto, varios trabajadores preparaban el subsuelo de la Huerta de San Vicente, a puerta cerrada y vigilando que nadie se acercase al oír los ruidos, para lo que se haría a continuación. Porque, ya de noche según me informan para mayor secretismo, cuando el vehículo que transportaba el ataúd llegó, se detuvo inmediatamente antes de la puerta de entrada, y bajaron el objeto funerario. Volvieron a cerrar puertas y ventanas, y ya al abrigo de todo tipo de curiosos, en el interior de la finca los familiares pudieron dar rienda suelta a su dolor. Porque debió de ser una escena realmente dura.
-
Verdaderamente resulta patético. Si quería hacer una novela-culebrón que no hubiera tildado el largo y caótico artículo como producto de sus investigaciones. Datos y más datos entrelazados, sin una indicación contrastada, sin citar a los informadores donde este periodista se apoya para ir desgranando sus hipótesis. El artículo no tiene desperdicio. ¿Federico García Lorca enterrado en la casa familiar? Se atreve incluso a situar a la pobre doña Vicenta Lorca (madre del poeta) buscando en los alrededores del fusilamiento el cuerpo de Federico; insiste en probar que la negativa de la familia a exhumar el cuerpo del poeta corrobora fehacientemente sus investigaciones; dice que los libros de Gibson son su guía en todo momento (yo he leído los mismos que él y no sé dónde pondrá algo parecido a esto); y un sin fin de calamidades como la última cuando dice no poder citar el nombre de sus informadores por la falta de libertad pública que tenemos en España, "porque si profesas una verdadera independencia, incluso como profesional de la información, y no cuentas con el respaldo de ninguno de los grandes partidos, en la práctica se alza a tu alrededor un insalvable muro del silencio".
No contento con todo esto añade además una serie de anexos humillantes, con acusaciones e insultos a la -según él- "mafia rosa granadina", compuesta por una serie de literatos y comunistas casi casi a la altura de asesinos a sueldo. ¿Por qué se permite a personajes así faltar a la verdad, injuriar y que pasen inmunes por su delito?
No hay derecho a estas cosas. La familia García Lorca sigue sufriendo y mucho con este tema. Alguna tibia conversación pude mantener en su acogedora casa madrileña con doña Isabel, la hermana pequeña de Federico, a finales de los años noventa donde el dolor, las lágrimas y el mutismo afloraron al nombrar Granada, la Huerta y Víznar. Ella nunca quería ir a la Huerta; Granada tenía un eco de recuerdos tristes, de un pasado de heridas abiertas que cortó de raíz la vida de toda la familia. Vivieron un exilio exterior y otro interior que todavía hoy sigue interponiéndose. Emotivas también fueron las palabras de Laura García-Lorca en su despacho de la Huerta de San Vicente no hace demasiados años sobre este asunto; nunca olvidaré los treinta minutos que me dejó pasear solo, ya atardeciendo, por las distintas estancias de la casa... Cuánta inquietud y desasosiego sentí al encerrarme en la habitación de Federico, al sentarme en su cama. Y dolor, mucho dolor aún no superado en las palabras de Manuel Fernández-Montesinos García cuando también hablamos de los últimos días de la vida de Lorca, de los Rosales, de la huída de toda la familia a Nueva York.
Ya está bien de remover tierras y mares. Se sabe lo suficiente sobre su asesinato y su muerte, sobre el odio y la fobia disfrazada de guerra incivil. Dejemos a cada uno con su pena, que ya tienen bastante. Es cierto que la fuerza universal de la figura de Federico García Lorca alienta a cada uno de sus lectores a apropiarnos de su obra, pero nunca de su persona. No interrumpamos su sueño de alas, de manantial, de naranjos y hierbabuena. Su familia es la única heredera de este triste testamento oscuro.
-
Quiero dormir el sueño de las manzanas,
alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
que quería cortarse el corazón en alta mar.
-
No quiero que me repitan que los muertos no pierden la sangre;
que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme de los martirios que da la hierba,
ni de la luna con boca de serpiente
que trabaja antes del amanecer.
-
Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del viento Oeste;
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.
-
Cúbreme por la aurora con un velo,
porque me arrojará puñados de hormigas,
y moja con agua dura mis zapatos
para que resbale la pinza de su alacrán.
-
Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
para aprender un llanto que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar.
-