Acabo de dejar a mi queridísima Inma Chacón camino de Sevilla. Esta mañana hablábamos de ella mi compañera Lola y yo (con las noticias en los periódicos regionales sobre la presentación de su nueva novela) cuando ha sonado mi móvil. Era ella, venía para Cáceres y quería que comiésemos juntos.
Mi alegría ha sido enorme. Hemos hablado muchísimo, confesiones para que la amistad las acune en su manta de consuelo. Después, por la tarde, nos hemos acercado a la Universidad donde impartía hoy una de sus sesiones en el taller de escritura.
La siento feliz, en la literatura sobre todo. Nuestra conversación me devolvía el abrazo de siempre, aquella complicidad que surgió un día en el que me acerqué a ella buscando no sé qué. Siempre se mostró conmigo cariñosa y dulce, me cubrió de alas y ató nuestro encuentro con urdimbres fuertes. Ahora me trae el regalo de su nueva novela: Las filipinianas. Tras La princesa india es su nueva incursión en este terreno que le vino heredado y del que se sabe aprendiz irónicamente. No me ha dado tiempo a leer ni una de sus páginas, pero prometo en breve (ya saben mis amigos que leo como las tortugas). Sólo he hojeado la dedicatoria, limpia y llena de desasosiego como todas las suyas. La literatura ha sido puente de unión afianzado con los recuerdos y el afecto reencontrado. Seguimos embarcados en el mismo sueño, el de la amistad verdadera.
En la vida uno no sólo se cruza con gente indeseable, rencorosa y dañina... Qué suerte y qué envidia sentirme así de querido.