
Son al fin y al cabo confesiones, riñas, peticiones de una madre a su hijo. Verdadero pudor he sentido leyendo ciertos párrafos, algunos guiños de complicidad entre doña Vicenta y Federico. Me han traído a la memoria la lacónica voz de Isabel García Lorca cuando en su casa de Madrid, hace ya algunos años, me contaba emocionada las penas de la familia cuando tras asesinar a Federico abandonaron España. Sus padres no volvieron a sonreir. Nunca se hablaba del poeta en casa. Estas cartas son destellos de intimidad, sin valor científico, sólo emocional. La historia de una madre y un hijo que se conocieron a la perfección (aunque algunos se empeñen en lo contrario) y que nunca se enfadaron.
La foto de la portada se la realizó Eduardo Blanco-Amor al poeta en la granadina Huerta de San Vicente, en el verano de 1935; en la dedicatoria Federico le escribió a su amigo: "Para Eduardo, con la que yo más amo en el mundo".