Me deslumbró como siempre su juglaresca exposición, su disfraz de cuentacuentos, y trajo ante mis ojos las gigantas y las hadas que a modo de bestiario pueblan sus mundos literarios, y desde hace años felizmente el mío. Un gran hombre, por fuera y por dentro. En el viaje vino leyendo (feliz coincidencia) la mejor novela que leí el año pasado: El olvido que seremos del colombiano Héctor Abad Faciolince. Le ha encantado como a mí su dureza y su sensibilidad, su retrato duro, amargo y enamorado de la vida.
Hablamos de La miga de pan, entrañable cuento que dedicó a su hijo Manuel y que protagoniza una perrita llamada Tana; una perrita que habitó en su casa hasta poco antes de la escritura del fantástico relato. Se emocionaba contándome cómo los dibujos de la edición, realizados por Jesús Gabán, reproducen con esmerada exactitud las fotos que de Tana le envió el autor. Un hermoso cuento que dedicó afectuosamente a mi corazón de niño y que mueve con sus páginas todavía mi camino hacia la poesía. Nunca podré agradecérselo.