En la presentación (hilarante hasta el extremo, como me dice Marino) me reencontré con una Pilar emocionada con sus padres, con sus amigos, con una sala que rozaba la centena, en una conversación íntima salpicada de enanitos de Blancanieves atiborrados a polvorones, andaluces salerosos y la música sorda de Beethoven. Actuaba libre de complejos y taras (porque como recordaba, todos los escritores tenemos alguna tara), reinventándose como una actriz frustrada con la gracia innata que pocos son capaces de arrancar a las musas. Más guapa que nunca y más feliz que nunca; así la vi anoche.
Estoy deseando hincarle el diente a este nuevo regalo de Pilar Galán (escritora de teatro, que no dramaturga), homenaje a Cáceres y ambientado en su parte antigua, inmortal, de piedra y cigüeñas. En la portada un dibujo que quiere representar uno de los altos pináculos de la Concatedral de Santa María, casi tan alto como la calidad literaria y personal de una de las mejores autoras de ahora. Admiración y afecto (nada ciego) a partes iguales.