Antiguos alumnos de Mérida vienen a jugar a Cáceres esta tarde, en el pabellón que hay frente a mi casa. Son muy buenos en balonmano. Me llaman porque tienen muchas ganas de verme y yo a ellos. Siguen igual, un poco más altos pero igual. Ya son alumnos de bachillerato y me guardan mucho afecto, casi tanto como yo a ellos. Me echan de menos, recuerdan mis clases y desean que vuelva a ser profesor suyo lo antes posible.
Cosas así son las que motivan a uno para dar clases diariamente; qué sería de la docencia sin alumnos que sigan dándote un abrazo sincero aunque pase el tiempo.