Tarde movidita, para variar. Feliz con Pilar Galán, compañera de viajes y andanzas; sus comentarios me siguen enriqueciendo y el cariño compartido avanza sin tregua. La carretera del Casar se hizo cortísima entre risas y confidencias... Qué pena que no fueran más kilómetros.
Llego por los pelos a la presentación de la última novela de mi querido Eugenio Fuentes: Cuerpo a cuerpo; en la mesa con él, el representante de Tusquets (que se alegra enormemente del fichaje de Fuentes) y el profesor Senabre, tan didáctico y endiosado como siempre (casi me revienta la novela; sólo le faltó decir el nombre del asesino). Eugenio, tímido, reservado, humilde para variar. Qué pequeños son siempre los grandes. El auditorio, generoso, está lleno de amigos y admiradores, que son muchos. Hace ya algunos años que conocí a Eugenio y siempre le veo igual. Cada vez escribe mejor, confiesa admirado Senabre, y él cabizbajo no se atreve a replicarle. Sus silencios, sus miradas de consentimiento, su atención íntima a las opiniones de los contertulios le hacen parecer un niño pequeño que se asombra. Cómo envidio estas actitudes tan poco traídas y llevadas por estos lares. Le toca el turno de palabra. Sólo tiene agradecimientos. Sólo esboza su visión de la literatura. Sólo confiesa algún secreto narrativo. Sólo revela que siempre tiene en su mesa un libro de poemas.
El acto termina; firma de libros y vino de honor. Me acerco, un abrazo y un "gracias por el esfuerzo de venir". Camino de casa me emociono nuevamente al leer su dedicatoria. Eugenio Fuentes vuelve a superar al escritor; y ya es decir mucho.