domingo, 30 de septiembre de 2007

Lluvia poética

Llueve, y con la lluvia me apetece encerrarme y leer, solo, despacio, parando para mirar cómo el agua choca en los cristales de mi ventana y corre desesperada hacia abajo, sin rumbo, perdida.
Me encanta paladear la poesía en estas ocasiones más que en otras. No sé, siempre fue así. Caballero Bonald, Gamoneda, Santiago Castelo, Miguel Hernández... rodean mi mesa de estudio, perdida de papeles y de apuntes y de bolígrafos de colores. Releo a Rilke, a Luis Alberto de Cuenca y algún haiku perdido.
Sigue lloviendo. Cierro el ordenador porque el penúltimo capítulo del nuevo libro no me sale. Abro el correo pendiente. Prefiero colocar libros. Los tengo siempre desordenados, apilados unos encima de otros. Y me encuentro un librito de Neruda que leo como el primer día. Uno de sus versos me recuerda mucho a un poema que seleccioné para la antología que hice hace ahora un año sobre la obra total de Félix Grande para Renacimiento y la busco y la abro entusiasmado. Cuánto tiempo sin hablar con Félix. ¿Cómo estará? ¿Qué tal le irá a Paca? Cuántas ganas de perderme en uno de sus abrazos. Mañana les llamaré por teléfono.
Y la lluvia sigue, acompañándome de fondo en un mundo perdido de libros, de fotografías, de versos, de nombres, de amigos, de páginas por leer y por escribir.