miércoles, 3 de octubre de 2007

Gerardo Diego, 111

Hoy 3 de octubre, pero de 1896, nacía a las 23:45 horas en la calle Atarazanas número 7 de Santander el poeta Gerardo Diego. Su nombre ha corrido menos suerte en el saber popular que el resto de sus compañeros de eso que llaman "Generación del 27" y que ellos mismos se jaleaban como grupo poético de amigos. Mi querido Pepín Bello -hoy don José- con sus más de cien años me ha comentado en varias ocasiones (sentados los dos en una mesa camilla con dos cervezas y aceitunas, en su pisito-museo madrileño de la calle Santa Hortensia) que era un hombre bueno, afable, que utilizaba siempre las palabras justas; nunca tuvo un roce con sus amigos y poetas republicanos, él que era de misa diaria.
Fui muy afortunado en compartir el centenario de su nacimiento aquí en Cáceres con su hija Elena, educadísima, sensible, pendiente siempre del homenaje sincero y emocionado a su padre. Yo era casi un niño cuando él murió. Del 27, que tanto me ha dado y seguirá haciéndolo, cronológicamente mi vida se cruzó con unos pocos, ya mayores: Aleixandre, Guillén, Alonso, Diego y Alberti. Sólo pude abrazar a Rafael Alberti, pero en ese gesto de admiración, de respeto, de agradecimiento y de afecto abrazé a todos. Mi querido Rafael, qué me gusta ver nuestras fotos y tus dibujos y dedicatorias...
De Gerardo Diego (amén de su labor de antólogo y sus maestras reflexiones literarias) me quedo con un buen puñado de poemas. Uno especialmente me embargó de emoción cuando por el mes de abril Emma y yo paseábamos por los márgenes del río Duero a su paso por la ermita de San Saturio en Soria; allí, una placa clavada en granito inmortaliza los versos que Diego regaló a este río y a los amantes que pasean por sus orillas. In memoriam, maestro:
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Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
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Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
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Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
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Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
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Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
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Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
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sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
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